
Entropía del caos en forma de pastilla con cara de Pedro Picapiedra. (véase Flinstones Alka Seltzer).
El sistema vs. el usuario. El hámster en su rueda, el hámster que todos alimentamos.
Deberíamos tener un hormiguero, pero nos revolcamos en un estercolero.
Nos quieren tristes, rotos, aislados.
Y SOBRE LAS CARTAS, LA MESA!
Autónomos, pero autómatas, atrapados en la rueda del sistema. Ningún hombre es una isla.
¿Somos todos una manga de inútiles?
Un cuento que leí alguna vez, no sé de quién, pero me quedó grabado: tres súbditos del diablo discuten cómo ocultar la felicidad de los humanos. Uno sugiere esconderla en la cima de una montaña, pero los humanos suben. Otro, bajo una roca gigante, pero los humanos la levantan. Al final, uno propone esconderla dentro de ellos mismos, pues estarán tan ocupados buscando afuera que se olvidarán de buscar adentro.
Nos han vendido la felicidad como un logro personal, pero incluso nacer es un acto compartido. Desde el principio, dependemos de los demás, pero nos enseñan que la felicidad es un objetivo individualista. Lo que olvidan es que el quid de la cuestión no se encuentra en el objetivo sino en cómo lo alcanzamos, si vamos solos más lento llegamos. Una paradoja intrínseca, que a la vez es tabú.
Nos alejan de la tribu, pero solo al vivir en comunidad podemos entender lo que realmente nos falta.
Hay algo en la adversidad que nos moldea, pero no necesitamos vestirnos de cinismo; incluso en medio de las sombras, es posible aprender, elegir, transformarnos.
Lo que está claro es que estamos armados con todo lo necesario: inteligencia, fuerza, habilidades, para mirar hacia adentro, agradecer, aceptar lo que somos y lo que no lo seremos.
Cuidarnos como cuidaríamos a otro. Es el primer paso para crecer, para evolucionar, porque solo cuando comprendemos nuestras propias sombras podemos transformarlas y servir a los demás.
Es entonces cuando el verdadero poder se asoma, en ese gesto de entenderse como una pieza que, al suavizar sus bordes, encuentra su lugar en el gran rompecabezas de la humanidad.
A veces, la vida nos enseña en los momentos más sencillos. Como cuando observamos burbujas de jabón y entendemos que, igual que ellas, lo efímero tiene un valor propio.
También hay algo profundamente honesto en reflexionar mirando las nubes, tirado uno en el pasto, sin más, pero siempre hay lugar para la buena compañía.
Nuestra genética lleva consigo el fuego primitivo, y las historias que una vez se contaron alrededor de él. ¿Seremos nosotros mismos el infierno del que todos hablan?